'There's no beauty here, only death and decay'. Con esas palabras, es establece la premisa de una de las películas más memorables de Tourneur. Y no pueden ser más acertadas: el cineasta francés afincado en Estados Unidos, recrea Las Antillas con todo el exotismo y misterio que puede desprender una historia de estas características. Si una de sus mejores bazas es su manifiesto uso de elementos minimalistas, ya patentes en
The Cat People (1942) como las sombras, el uso del fuera de campo o el sonido o ausencia de este como aterrador clímax, Tourneur no sólo se limita a crear una mística que envuelve un film dramática con un aura de cine fantástico, si no que lo apoya en un terror orgánico y desprovisto de elementos.
El zombie Carrefour, inexpresiva presencia de aspecto totémico, es un buen ejemplo del uso de la figura aterradora y su forma de revelarse al espectador: una primera imagen nos muestra su sombra, descontextualizada al inicio de una secuencia, que vendrá apoyada por restos de alimañas diseminadas por el camino, y que conducen a su inerte rostro, golpeado por la débil luz de una linterna, rompiendo la negritud de la noche. Su calmado paso nos conduce a una nueva visión de su rostro, impasible, y ahora, desenfocado.
La proximidad de la amenaza y la revelación de la misma en escala creciente, un mecanismo básico.Su fantasmagórico y sutíl desenlace, no está desprovisto de significado y encanto, que atraviesa las dudas de la frontera entre la vida y la muerte, y sobre todo, de los refugios de nuestra mente para hacer frente a esos lugares insalvables de la moral humana.
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