
Nacho Vigalondo es un cineasta singular el panorama español. Criado en una generación de enaltecimiento del celuloide, es, sin embargo, un abanderado de las nuevas tecnologías aplicadas al cine a través de la red, como demuestra su interactividad tanto en sus obras como en su accesibilidad a través de su blog. Emparentaba, muy acertadamente
Alcover Oti la relacción entre el Vigalondo cineasta y el Vigalondo redactor de XTREME popular revista de videojuegos, lo cierto es que el discurso que experimenta la aún corta trayectoria del director, guionista y actor cántabro está planteado en base a una relacción de tú a tú con su espectador objetivo, compartiendo obsesiones y referencias, pero sin necesidad de recurrir a ellas para encontrar complicidad. Esa base recíproca le libra de artificios e intermediarios, aunque solo sea a nivel artístico pues, a nivel empresarial, el asunto es mucho más delicado, y lo emparenta con un cine masificado y próximo, podría decirse que hasta de un servicio personalizado.
Sus refrescantes cortometrajes son un buen adelanto a ese futuro: funcionan a la perfección de modo portátil, como píldoras de entretenimiento en tiempos de dispositivos digitales móviles. Y es por ello que sus personajes heredan esa inquietud de vivir situaciones límites desde atmósferas cotidianas, siempre desde un punto subjetivo que coloca al público a los mandos de su yo proyectado.

Los Cronocrímenes es una historia de viajes en el tiempo contada en forma de thriller, menos retorcida de lo que parece y de una sencillez aplastante en cuanto a resultados pero de una artesanía minuciosa en cuanto a construcción. Heredando los argumentos del relato corto de ciencia ficción, Vigalondo plantea una aventura en primera persona de un hombre arquetipo y contemporáneo, situado en un mundo que no puede emparentar con nada pues a todas luces vive centrado en asuntos más mundanos. Su testarudez y curiosidad le llevan a la perdición, metiendose en un crímen del que desconocemos quien es la víctima y quien el asesino hasta bien entrada la película.
Hagamos un pequeño inciso: la tecnología del videojuego parte de la sencilla premisa de aceptar un reto impuesto por la máquina, conseguir un objetivo, una meta, en base a superar obstáculos cada vez más dificiles y alcanzar una satisfacción personal aun a costa de sacrificar por el camino varias "vidas", entiendanse estas como intentos frustrados, cuyo límite nos es impuesto y condedido en un trato justo con las normas de juego. Es imposible no relacionar la premisa de Los Cronocrímenes con este sistema, pero tampoco podemos separar ambos pactos entre autor y público con ciertas teorías nietzschianas.

Nietzsche habla de dos asuntos que repercuten directamente en el film de Vigalondo: la voluntad de poder y el eterno retorno. La voluntad de poder de Héctor se encuentra en una alternativa secreta a su rutinaria vida, la fantasía sicalíptica pasa del voyeur al ejecutor como sí de una infidelidad, y no una aventura de ciencia ficción, se tratase; por ello, cada nuevo viaje es un nuevo Héctor, tanto por su numeración como por los conocimientos adquiridos a través de la experiencia, siendo más consciente de lo que va a ocurrir, hasta el punto de saberlo inevitable y jugar a favor de que tenga lugar, de una forma u otra. El filósofo propone además la idea de que en un universo infinito, los finitos elementos que la componen, se relaccionan de infinitas formas entre sí, dando lugar a un sistema cerrado que sólo puede cambiar en cuanto se visiona desde distintas perspectivas, como es el caso de Héctor, que si bien cumple la situación de acontecimientos, él es causa y efecto simultáneos. el Héctor que surge de la última secuencia del film es un Héctor capaz de hacer cualquier cosa a favor de la supervivencia de su vida pasada, con la capacidad para mirar a otro lado cuando a sus espaldas ocurre una tragedia, repetida nuevamente. Es un protagonista omnisciente que se sabe tal, manteniendo, incluso, cierto tono despectivo en su última conversación con el científico: un personaje que si bien empieza trazando las claves de la película, como si de un narrador se tratase (no en vano, el propio Vigalondo encarna a dicho personaje), acaba siendo una víctima más, inconsciente de un crímen que parece no haber tenido lugar.
Se trata de una cinta refrescante y excelentemente trazada, hecha desde una honestidad inusual en el género y más en estas latitudes. Adolece de pequeños defectos, quizás más fruto de los medios disponibles que de las intenciones, cuyo resultado final ensombrecen por completo, dejando a la luz una de las cintas más originales de los últimos años, que será bien apreciada para quienes se acerquen con la mente abierta y dispuestos a formar parte de este juego, un avance del futuro con forma de película interactiva.
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