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'El reducto de la kinoética' es un blog de crítica, opinión y análisis sobre cine y los temas que lo circunscriben. Un intento de volcar otro punto de vista y dar a conocer nuevas perspectivas sin despreciar un lenguaje cercano, hábil y poético.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Los Cronocrímenes (2008)

Nacho Vigalondo es un cineasta singular el panorama español. Criado en una generación de enaltecimiento del celuloide, es, sin embargo, un abanderado de las nuevas tecnologías aplicadas al cine a través de la red, como demuestra su interactividad tanto en sus obras como en su accesibilidad a través de su blog. Emparentaba, muy acertadamente Alcover Oti la relacción entre el Vigalondo cineasta y el Vigalondo redactor de XTREME popular revista de videojuegos, lo cierto es que el discurso que experimenta la aún corta trayectoria del director, guionista y actor cántabro está planteado en base a una relacción de tú a tú con su espectador objetivo, compartiendo obsesiones y referencias, pero sin necesidad de recurrir a ellas para encontrar complicidad. Esa base recíproca le libra de artificios e intermediarios, aunque solo sea a nivel artístico pues, a nivel empresarial, el asunto es mucho más delicado, y lo emparenta con un cine masificado y próximo, podría decirse que hasta de un servicio personalizado.

Sus refrescantes cortometrajes son un buen adelanto a ese futuro: funcionan a la perfección de modo portátil, como píldoras de entretenimiento en tiempos de dispositivos digitales móviles. Y es por ello que sus personajes heredan esa inquietud de vivir situaciones límites desde atmósferas cotidianas, siempre desde un punto subjetivo que coloca al público a los mandos de su yo proyectado.

Los Cronocrímenes es una historia de viajes en el tiempo contada en forma de thriller, menos retorcida de lo que parece y de una sencillez aplastante en cuanto a resultados pero de una artesanía minuciosa en cuanto a construcción. Heredando los argumentos del relato corto de ciencia ficción, Vigalondo plantea una aventura en primera persona de un hombre arquetipo y contemporáneo, situado en un mundo que no puede emparentar con nada pues a todas luces vive centrado en asuntos más mundanos. Su testarudez y curiosidad le llevan a la perdición, metiendose en un crímen del que desconocemos quien es la víctima y quien el asesino hasta bien entrada la película.

Hagamos un pequeño inciso: la tecnología del videojuego parte de la sencilla premisa de aceptar un reto impuesto por la máquina, conseguir un objetivo, una meta, en base a superar obstáculos cada vez más dificiles y alcanzar una satisfacción personal aun a costa de sacrificar por el camino varias "vidas", entiendanse estas como intentos frustrados, cuyo límite nos es impuesto y condedido en un trato justo con las normas de juego. Es imposible no relacionar la premisa de Los Cronocrímenes con este sistema, pero tampoco podemos separar ambos pactos entre autor y público con ciertas teorías nietzschianas.

Nietzsche habla de dos asuntos que repercuten directamente en el film de Vigalondo: la voluntad de poder y el eterno retorno. La voluntad de poder de Héctor se encuentra en una alternativa secreta a su rutinaria vida, la fantasía sicalíptica pasa del voyeur al ejecutor como sí de una infidelidad, y no una aventura de ciencia ficción, se tratase; por ello, cada nuevo viaje es un nuevo Héctor, tanto por su numeración como por los conocimientos adquiridos a través de la experiencia, siendo más consciente de lo que va a ocurrir, hasta el punto de saberlo inevitable y jugar a favor de que tenga lugar, de una forma u otra. El filósofo propone además la idea de que en un universo infinito, los finitos elementos que la componen, se relaccionan de infinitas formas entre sí, dando lugar a un sistema cerrado que sólo puede cambiar en cuanto se visiona desde distintas perspectivas, como es el caso de Héctor, que si bien cumple la situación de acontecimientos, él es causa y efecto simultáneos. el Héctor que surge de la última secuencia del film es un Héctor capaz de hacer cualquier cosa a favor de la supervivencia de su vida pasada, con la capacidad para mirar a otro lado cuando a sus espaldas ocurre una tragedia, repetida nuevamente. Es un protagonista omnisciente que se sabe tal, manteniendo, incluso, cierto tono despectivo en su última conversación con el científico: un personaje que si bien empieza trazando las claves de la película, como si de un narrador se tratase (no en vano, el propio Vigalondo encarna a dicho personaje), acaba siendo una víctima más, inconsciente de un crímen que parece no haber tenido lugar.

Se trata de una cinta refrescante y excelentemente trazada, hecha desde una honestidad inusual en el género y más en estas latitudes. Adolece de pequeños defectos, quizás más fruto de los medios disponibles que de las intenciones, cuyo resultado final ensombrecen por completo, dejando a la luz una de las cintas más originales de los últimos años, que será bien apreciada para quienes se acerquen con la mente abierta y dispuestos a formar parte de este juego, un avance del futuro con forma de película interactiva.

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